ALEJANDRA VEGLIO

Joaquin Barrera

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INVENTAR UN SENTIDO QUE LO HAGA TODO VISIBLE 

Existe una distancia inicial que separa una obra de la mirada de un espectador que no es evidente a simple vista ni medible en centímetros. Un halo difuso, que varía y se desvanece. Un aura propio que es vehículo de información de signos, emociones y sensibilidades y que mantiene – en su unicidad- el valor supremo de lo subjetivo. Es que sería casi imposible cuantificar en una fórmula aritmética cómo se debe mirar el arte. Enunciar una serie de reglas y teoremas sobre formas posibles de aproximarse a una obra sería, quizás, inducir al suicidio a su tradición soberana. Un daño irreparable, que estropearía para siempre ese pacto implícito que existe en esa tríada maravillosa que integran les artistas, las obras y las posibilidades infinitas de acepciones y conclusiones que un espectador hace sobre lo observado.

Las obras presentadas en sala forman parte de una constelación de imágenes cotidianas y caseras, producidas a partir de acercamientos intuitivos a los materiales y que guardan en sus registros fuertes memorias sobre vidas pasadas, sobre refugios personalísimos, sobre actos de fe y sobre invocaciones colectivas. Los resultados formales a los que llegan les artistas en sus producciones están entrecruzados en su visualidad por la poesía propia de cada une, por su rol como productores de infraestructura y por ese lugar de médium que ocupan entre la sociedad y la observación de los fenómenos propios de vivir en ella. Es que el modo de erosionar los sentidos constituidos y domesticados por el uso del tiempo surge a partir de la producción de obras que en sus formas señalan algún tipo de performatividad, algún movimiento poético o

físico que evidencia el gesto indicativo de la mano creadora del artista. Una especie de chamanismo para principiantes, una brujería casera, una forma de narrar otras vidas y la creencia de que aún es posible diseñar nuevos parentescos por venir.

Inventar un sentido que lo haga todo visible es entonces un deseo continuo que no se detiene ante un mundo que vomita imágenes y las regurgita masticadas. Es un manifiesto liminar para ese derrotero inclaudicable que es construir nuevos escenarios transdisciplinarios. Es una voluntad de articular a partir de nuevas hibridaciones sensoriales otras formas de reproducir sentido que trasciendan a lo visual y que transformen la magia de lo observable en un fenómeno más poroso y menos domesticable.

JOAQUÍN BARRERA

Curador

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