ALEJANDRA VEGLIO

Otro Octubre

La Luna se llena con la noche. Los días son más claros, y han pasan como el agua por entre los orificios de la ducha. Hable con el conserje para que venga a sacarle el sarro y estoy esperando que llegue. Afuera llueve y el sonido del viento golpea las persianas. Como una canción resuena al tamborilear mis dedos sobre la mesa.

Pase la tarde doblando la ropa, acomodando los cajones y ordenando los placares. Pensé en hacer una sopa, pero perdí la receta y me fui a dormir temprano. Antes de dormir pensé que mañana voy a salir a caminar. Soñé que mi casa cabía en doce cajas. 

Recién despierto y sigo cansada. ¿Tome la medicación? Si. Yo estoy ahora haciendo la lista de compras para cocinar arroz blanco. Me gusta el olor de los manteles bordados por mi abuela, flores blancas, violetas y rosadas.  Quisiera comprar también unas macetas para poner en la ventana, pero tengo miedo de que el viento las rompa. Voy a levantar las persianas para que entre la noche.

Hay lugares de la casa que poco frecuento. En el cuarto detrás de la cama, encontré unas postales que me mandó mi tía cuando era niña.  Postales de viajes por destinos a los que nunca voy a ir, tan solo imagino que ella con su bicicleta paso por ahí y pensó en mi por un instante, o tan solo quiso decir que estaba viva y necesitaba que aquí, de este otro lado del mundo, alguien esperara esas cartas. Esa mujer en el reflejo tiene una sonrisa parecida a la tuya, y ahora viaja hacia aquí para honrar mi existencia.

Son las cuatro, tengo la panza vacía. Voy a cortar una rodaja de torta. Cuantas porciones entran en un molde. Son una y son cien. Cualquiera de ellas puede ser mi madre, mi hermana o mi prima. ¿Alguien podría decirme quién soy? Estoy buscando una huella, la matriz que coincida con la forma con los que voy a enraizarme.  Quiero ser como esa araucaria, que crece fuerte y erguida sobre mi cuadra.

Melisa Randev